La travesía con el maestro Silvestre Ataucusi.

Fue alrededor de 1982 cuando Silvestre Ataucusi llegó a Ayacucho de su natal Vinchos, un distrito que guarda relación con la pujanza de su gente y la notable variedad y experiencia en el arte popular de la región. Es aquí donde conoció al reconocido artesano Florentino Jiménez Toma que guardaba en su semblante solemne la pulcritud de sus conocimientos y sus actividades tradicionales de visitar pueblos recónditos de Ayacucho para cambiar las cajas de San Marcos por alimentos en un ritual andino que se repetiría hasta culminar la década de los 80.

Silvestre recordaría después de algunos años que en aquella época sucedió la fatídica masacre de Uchuraccay, donde fueron asesinados ocho periodistas el 26 de enero de 1983​ en el poblado de Uchuraccay. Este acontecimiento trágico representó para el Perú una escalada de violencia que culminó ocho años después con innumerables pérdidas humanas en todo el territorio nacional y con un saldo trágico en el departamento de Ayacucho que hasta el día de hoy aún no ha cerrado ese capítulo y que, en el 2022, 37 años después de la masacre de Accomarca donde fueron asesinados 69 personas de esta comunidad (1985), recién son devueltos los restos de algunos pobladores para ser enterrados por sus familiares. Silvestre también perdería a un familiar producto de la violencia durante la década de los 80 en Ayacucho.

Una de las primeras obras de Silvestre fue un retablo con la recreación de la matanza de los ocho periodistas en Uchuraccay, esto lo pudo realizar junto a Edilberto Jiménez (hijo de don Florentino). La temática de la etapa de violencia fue uno de los motivos que los artesanos de Ayacucho representaron en sus trabajos como un testimonio del terror y que al mismo tiempo era peligroso porque podía ser interpretado por las fuerzas armadas como una apología hacia el terrorismo o como una afrenta hacia la mal llamada revolución popular impulsada por Sendero Luminoso. Los artesanos se encontraban en el medio de los enfrentamientos en una época que es difícil narrar para los hijos de los desaparecidos y de todas las víctimas que hasta hoy siguen esperando justicia con un sinsabor a resignación cuando después de más de 30 años aún persiste una intención de revictimización cuando se intenta censurar el arte popular que muestra las vejaciones producidas por miembros de las fuerzas armadas hacia la población. Tres décadas después Silvestre ha escarbado en la tragedia para mostrar una visión desde el arte a través de sus retablos, retablos que narran las historias de cientos de ayacuchanos que fueron víctimas de un grupo armado terrorista y de la indolencia del gobierno.

Quizá esta etapa de la vida de Silvestre Ataucusi, en 1982, representa el inicio de su larga travesía en el arte, pero también es el baúl de los mejores recuerdos que tuvo en su infancia cuando llegó a la casa de Florentino Jiménez sin mucha ambición más que la de forjar su propio destino a base de la observación de las manos curtidas del maestro. “Él es mi maestro, mi mentor”, son las palabras que repite Silvestre con la nostalgia ataviada en un gesto que es evidente en la comisura de sus ojos que han visto pasar el tiempo y que guardan en reserva la certeza de que esos días no volverán jamás. “Mi maestro me puso un apodo, me decía ’Pukacha’, por mis chapitas en mi cara”. En las zonas altoandinas es muy común la aparición de un enrojecimiento en las mejillas que se produce por la exposición de la piel a una temperatura baja del ambiente y la palabra “puka” en quechua alude al color rojo. Don Silvestre tenía 12 años en esa época y cuando Florentino lo vio por primera vez se percató de los círculos enrojecidos alrededor de los pómulos y le puso el apodo en diminutivo (añadió el sufijo "cha" en quechua) que mantuvo durante años como muestra de la cercanía y el cariño de la familia Jiménez hacia él. Nadie más utilizó este apodo para llamarlo: “Solo él me llamaba así, hasta sus hijos nunca me dijeron de esa manera, ni su familia”. La señora Basilisa Morales, esposa de Mardonio López (hijo de Joaquín López Antay), quien fue una persona cercana para don Silvestre en su juventud también le puso como apelativo “Tomate”, por el mismo motivo que don Florentino lo hizo en su momento.

Florentino tenía una forma de enseñar a sus discípulos, era serio y de semblante parco que guardaba reservas para el público, pero su forma de tratar a su entorno cercano era diferente: “Tenía una forma de conversar, nunca te llamaba por tu nombre sino con un apodo. Era muy callado, pero era muy alegre de conversar como un amigo; cuando llegabas a su taller se convertía a tu edad, era bromista”. La cercanía de don Silvestre a su maestro se refleja en la admiración y la dedicación de difundir su arte hasta hoy, en la Casa del Retablo de Ayacucho hay una obra de Florentino Jiménez que está expuesta en una vitrina como una de las muestras de que la travesía de un gran maestro es posible únicamente a través de la dedicación y respeto por todos aquellos que ayudaron a construir su camino.

Sígueme en Facebook

01.

NACIMIENTO

Nació el 01 de enero del año de 1971 en el distrito de Vinchos, departamento de Ayacucho.

02.

HIJOS

Silvestre tiene cuatro hijos. Jhon y Jhoan se dedican a la actividad artesanal en la Casa del Retablo.

03.

AMIGOS

El empresario ayacuchano Carlos Añaños es gran amigo de Silvestre Ataucusi.